Haciendo de nuevo otra comparativa, el retrato fuertemente ligado a la cultura italiana y las memorias del realizador durante los años ochenta plasmados en la cinta son elementos que ya llevó a cabo de manera parecida Roma de Alfonso Cuarón. Aunque esta última sea distinta por el hecho de que se tenga que cruzar la otra punta del charco para ir al México de los 70s con un blanco y negro muy identificable, lo cierto es que en ambas se nota el acercamiento tan fiel de las vivencias de sus directores a los países de los que son originarios.
Por otra parte, la cualidad de lo cotidiano que abarca el filme está presente desde el inicio de la misma. A través de un plano panorámico de Nápoles en el que el dron se cuela y muestra distintos rincones y ángulos de la ciudad del director (la cual me atrevería a decir que atraerá un mayor número de turistas en 2022 gracias a la película), Sorrentino deja de manera muy visible su huella en la cinta, con otros elementos, como el cine, la familia, la superposición del personaje de Fabietto, sin olvidar ese espíritu futbolístico que se vive en las calles, que también se remontan a sus orígenes.
Por otro lado, aunque el guión deambule, sobre todo desde el inicio, entre distintos personajes, Fabietto es aquel que gana una mayor atención. Esa típica fase de la adolescencia en la que trata de conocerse a sí mismo y de averiguar aquello a lo que se quiere dedicar en el futuro, su interés por la filosofía y el mundo del arte, sus enamoramientos, la relación con su familia, así como el hecho de que no tenga muchos amigos son pistas con las que podemos asociar al personaje con el alter ego del director, sumado a que le otorguen al relato un enfoque más juvenil que tenga un aire sospechosamente parecido al personaje de Elio de Call me by your name.