Microchips incorporados en inyecciones, lejía como producto para combatir el virus, el 5G como excusa para vigilarnos, fraude electoral, antivacunas, terraplanistas. En unos tiempos de tanta digitalización y bulos, hoy es más que nunca el usuario aquel que tiene que desarrollar un criterio propio a la hora de saber detectar aquello que es falso o verdadero. Y, sobre todo, ser capaz de contrastar información entre distintas fuentes, antes que fiarse de todo aquel comentario que se encuentra en cualquier red social de uso común.
¿Qué pasaría si las fake news son algo que ya se remonta siglos atrás? ¿Y si acaso podía llegar a ser un medio de humillación o halago al que temía cualquier dramaturgo y que, además, era capaz de crear una opinión pública con la que se podía dirigir al rebaño? Doscientos años atrás y con la imprenta como difusor de información y conocimiento, Xavier Giannoli con Las Ilusiones Perdidas desmitifica este hecho. A través de un protagonista que decide probar suerte como poeta en una París del siglo XIX donde se dará un choque de realidad, la película refuta esa idea que muchos se han hecho a la hora de atribuir a las fake news como un elemento que únicamente forma parte del ahora.
Por muy curioso que parezca, en 2021 hemos tenido dos películas que tratan el periodismo como tema angular y que han transcurrido -al menos, una parte de ellas- en el mismo punto geográfico. De Angulema a París y de una ciudad ficticia rodada en Angulema que evoca a París, Las Ilusiones Perdidas y The French Dispatch han tenido una doble semejanza de lo tanto particular, con la distinción de que los períodos informativos abordados se lleven un siglo entre una y otra. A diferencia de la última cinta de Wes Anderson que se caracterizó por aproximarse a una época en la que la objetividad y el deseo de salir al exterior para obtener una buena noticia reinaban, la estructura piramidal y las duras condiciones laborales son aquellas que están presentes aquí entre periodistas y artistas.
Con más de 400 kilómetros que separan ambas, la cinta de Giannoli juega con las dos localidades/mundos en las que se desarrolla: la vida rural y la metrópoli. Todo el entusiasmo con el que cargaba el personaje de Lucien desde Angulema se verá apagado cuando llegue a su destino final. París le dará la bienvenida con unas pequeñas dosis con las que puede hacerse la idea de los desafíos a los que deberá hacer frente todo aquel que quiere probar suerte en la gran ciudad: unas calles parisinas abarrotadas en las que es casi impensable dar un paseo sin continuamente chocarse con transeúntes, junto a unos cruces en los que hay tanto cochero circulando que apenas se deja espacio libre a los peatones.
Al igual que hicieron innumerables películas anteriores en una lista que parece que por el momento no tiene fin, como Moulin Rouge, Amelie, Medianoche en París, La haine o La invención de Hugo, de nuevo París se convierte en un personaje más en una obra cinematográfica. Al contrario que las cintas mencionadas las cuales retratan cómo era París en distintas etapas históricas y rincones de la villa, Las Ilusiones Perdidas ofrece una visión bastante realista de lo que suponía emigrar y vivir en la ciudad. En este caso, la capital francesa era sinónimo de búsqueda de oportunidades, lujo, talento o arte; pero, en contraposición, también significaba prostitución, aglomeración, suciedad o enfermedad.
A partir del momento en el que se presenta la esencia de la París del siglo XIX, la película destapa su segunda y más importante capa: la prensa y la dura situación por la que pasaba. Es a raíz de este punto en el que la cinta no tiene miedo a la hora de sacar a relucir el contexto mediático que se vivía en aquellos -o no tan aquellos- tiempos. Al fin y al cabo, la prensa se resumía en los intereses de unos pocos que decidían el modelo que iba a seguir el periódico, la inclinación política que iba a tener, aquello que se iba a publicar, aquello de lo que se iba hablar, aquello de lo que se iba a mentir (de ahí que las noticias falsas sean una cuestión que se remonta a siglos atrás), así como a quién se le iba a elogiar y a quién se le iba a vapulear.
Mientras tanto, los periódicos y los autores eran solamente la cara visible de todo el negocio que estaba sucediendo detrás de cámaras. De este modo, prácticamente todo aquello sobre lo que se escribía y valoraba no tenía ni veracidad ni solidez; cualquier risa, lloro, abucheo y aplauso era un resultado adulterado que ya había sido decidido por los superiores.
El filme dedica su tiempo para desarrollar todas las circunstancias bajo las cuales no solo los autores subsistían, sino también todo aquel que se quisiera dedicar al mundo del teatro. Al igual que ocurría con las noticias, la calidad de la obra se dejaba en segundo plano, de tal modo que el éxito que cosechaban dramaturgos y actores dependía de sus afinidades, vínculos y contactos personales que estrechaban con los periódicos.
Entre otras cuestiones más, las clases sociales y el ascensor social también son un tema central. Sin ir más lejos, nuestro protagonista deja de lado los prejuicios que tienen sus paisanos sobre su familia y orígenes para emprender un viaje que le permita aspirar a tener un puesto más ambicioso. Asimismo, si bien la enfermedad y personajes como aquellos interpretados por Salomé Dewaels y Xavier Dolán, cuyas raíces de Quebec pasan desapercibidas, son otras cuestiones que se tocan, lo cierto es que terminan siendo ensombrecidas por la época periodística que el filme refleja.
La película se estrenará en España el 25 de febrero.
-Víctor Vicente