La misión imposible de Tom Cruise continúa de forma incombustible tras veintidós años del estreno de su cinta inaugural (a la que un nuevo personaje secundario de esta nueva entrega hace un guiño, mencionando a otro personaje secundario de aquella). La sexta entrega de la saga de espionaje, aventuras y acción, se muestra a nivel técnico tan sólida como las previas secuelas, haciendo gala de un despliegue de medios y agencia de viajes incomparable. Su director, el solvente Christopher McQuarrie, retoma con brío las señas de identidad de su aportación anterior a la franquicia con “Mission Imposible: Rogue Nation” (quizás la mejor de todas las continuaciones), haciendo del bien tramado relato de espías de altos vuelos el núcleo temático de la trama, lo cual le confiere solidez al recorrido e integra en función del mismo las –siempre– espectaculares escenas de acción y no al contrario como Hollywood acostumbra a hacer.
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Es por ello, siempre bajo los auspicios de un Cruise omnipresente en todas las facetas de la producción, que el resultado sea tan convincente como cabía esperar. Pero la mala costumbre de las sagas aflora aunque se intenten evitar sus defectos. Y en el caso de “Fallout” es la –innecesaria–necesidad de corregir y aumentar el capítulo previo, que no necesitaba corrección alguna, pero que podía aceptar cierta ampliación de su escala en caso de centrarse en el gran villano al que se reservaba para esta ocasión, un Sean Harris tan inquietante y estupendo como de costumbre. Pero la balanza se inclina hacia el músculo del personaje interpretado por Henry Cavill, en lugar del cerebro de Harris. Y eso hace que la cinta bordee peligrosamente en su tramo final el descarrilamiento del exceso, con una secuencia climática inspirada en “Máximo Riesgo” (de Renny Harlin), pero más pasada de vueltas si cabe.
Esto, su abultada duración (147 minutos, la más extensa de toda la saga), que pese a no resultar pesada en ningún momento se podía haber aligerado en 10 o 15 minutos, y una banda sonora mayoritariamente electrónica de Lorne Balfe de muy menor calado emocional a las composiciones previas de Michael Giacchino o Joe Kraemer, son los elementos que restan enteros. A favor, todo lo demás. “Mission Impossible: Fallout” es un espectáculo audiovisual de primer orden, un blockbuster en toda regla que confirma el reinado perenne de Tom Cruise en el cine comercial americano.
Ignacio Garrido
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