Crítica: Nuevo Orden y la realidad distópica

Desde el pasado viernes ya se puede disfrutar en cines de la última cinta del director mexicano Michel Franco, Nuevo Orden. Su nombre ya nos deja caer de que puede ir la película, presentándonos una distopía no tan lejana de la realidad, pero que sin embargo nos invita a reflexionar mucho sobre los acontecimientos que están ocurriendo en el mundo desde hace años y continúan actualmente. Esta película parece una advertencia de un posible futuro, pero... ¿y si es ya un presente?

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La trama se centra en una boda que se celebra en una familia adinerada. Todo marcha bien hasta que de repente comienza a producirse una revuelta inesperada que acabará en un violento golpe de estado. Lo que parecía ser lo más normal del mundo, el disfrutar con los más allegados se convierte en la peor pesadilla que jamás se hubieran imaginado que ocurriría en sus vidas. Además, la película en su inicio deja caer varias imágenes de lo que está por venir sin adelantar mucho. Con lo cual los espectadores ya se hacen una ligera idea de lo que sucederá, pero no el cómo.

La boda parece ir bien hasta que de repente van llegando invitados y conocidos que hacen que la situación se vuelva un tanto peculiar. Una de las invitadas llega de una forma que deja a todo el mundo exhausto, pero consiguen que todo prosiga como estaba planeado. Tienen claro que en el evento no saldrá nada mal hasta que se realice la ceremonia y los novios estén oficialmente reconocidos como cónyuges. Poco después la familia de la novia tiene que atender a una petición de un allegado en un día difícil para las dos partes. En este momento se ve como unos dan la espalda al que tiene menos, mientras que hay otros que aunque tengan un poder adquisitivo mucho mayor deciden echar una mano.



A partir de entonces Marian decide tomar una decisión en uno de los días más importantes de su vida. Pero lo que no se imagina es el infierno que se le viene encima. Nada más salir de su casa se encontrará con una ciudad en caos, donde prácticamente en ese momento no hay leyes. Toda la población está revolucionada y se dedican a saquear todo lo que hay en los alrededores. Y no solo eso, ya que el objetivo es el que se persigue desde hace siglos en la historia de la humanidad: acabar con las clases.

Los personajes tienen que lidiar con una situación tan inesperada que no les da tiempo a reaccionar, ni siquiera a estar preparados. La acción de la película es devastadora, dejando unas escenas a su paso que solo se pueden traducir como horribles. A nadie le gustaría estar en ese acontecimiento donde solamente hay caos y violencia por todas partes, sin nadie al mando o al menos que dirija a la población. Con el avance de la película, el director nos demuestra que esto puede suceder en cualquier momento (y de hecho ya ha pasado y sigue pasando), pero igualmente estamos en una burbuja donde cada uno quiere vivir su vida al máximo de la mejor forma posible. Y aún así, con el paso del tiempo el mundo no aprende.



En lo que sobresale también la película es en el apartado fotográfico y de vestuario, siendo muy llamativo desde que comienza la película. Ya no solo se identifica rápido a los personajes y en el bando en el que están, si no que Michel Franco hace uso de colores como el verde para marcar a los personajes sin relacionarse con los significados de movimientos sociales que suele tener en la realidad. Por otra parte, Marian desde el inicio lleva su misma vestimenta roja, algo que se puede interpretar de muchas maneras, pero que no tiene solamente una connotación.

Bien es cierto que esta cinta puede asemejarse a títulos como la aclamada Parásitos de Bong Joon-Ho, pero nada más allá de compartir muy pocos puntos en común para que se relacionen. Las dos hacen una crítica social, pero son tan distantes, que desde luego son dos productos muy diferentes. La película mexicana es una recomendación a todo el público adulto, pero hay escenas que seguramente no sean del agrado de los más sensibles por la dureza que presentan.

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